25 marzo, 2012

Por eso lo que amamos lo volvemos a perder…

Sentada en aquel viejo café lo esperaba desde hacía tiempo. Él ni siquiera lo sospechaba.

Con paso apretado rumbeaba a su encuentro bajo una fina llovizna con una mirada de autosuficiencia que pronto desaparecería. Ella lo observaba detrás del cristal con su habitual mirada obsecuente. Sabia exactamente lo que iba a suceder. Lo había vivido demasiadas veces antes. Entró torpemente y se dirigió hacia aquella pequeña mesa del rincón,  donde se encontraba esa parca y esbelta muchacha jugueteando con la cuchara del café frio que bebía de a pequeños sorbos de tanto en tanto…

Se miraron largamente y en silencio, sin embargo era un silencio tan concurrido de palabras que parecía aturdirlos.

Él se sentó frente a ella y vio a través de aquellos ojos inquisidores la fragilidad de su alma. De pronto sintió un punzante dolor en el estómago que se fue extendiendo a todo el cuerpo y lo dejó con una sensación de vacio  que dolía hasta en lugares que no sabia que existían. Ella percibió que comenzaba a recordar y se apiadó de aquel vulnerable cuerpo, este nuevo envase que contenía a ese ser que ella tanto amaba…  Se le ablandó la mirada –esa tan rígida y estructurada que caracterizaba a ésta, que era ahora, y que sabía era una cualidad adquirida de antaño- y sintió deseos de alargar su mano y tocarlo suavemente, pero se contuvo. Siempre dolía un poco más cuando el contacto físico se hacia presente.

Aquella atmosfera silente duró unos cuantos minutos más. Él interrumpió con un módico “hola”. Ella atinó a un cortés movimiento de cabeza y una breve sonrisa en respuesta.  Delicadamente sacó de su bolso un pequeño sobre blanco y lo depositó junto a él, con el resguardo necesario para evitar cualquier roce accidental de sus manos. “Necesito que leas esto” fueron las únicas palabras que pronunció la muchacha antes de retirarse.

Él se quedó atónito, aferrado a la carta,  observando como ella se marchaba sin más. Ni una sola vez volvió el rostro para ver a aquel que amaba… el tiempo la había hecho fuerte, lo había perdido tantas veces y de tantos modos diferentes que está despedida era sólo una muerte pequeña, un dolor minúsculo, algo incluso soportable. Sabía que en esta vida ya no era posible un mañana a su lado.

Aquel enjuto muchacho permaneció inmutable por unos minutos juntando las fuerzas necesarias para abrir el sobre. Lo abrió lentamente, se tomó un tiempo más que prudencial como quien desarma una bomba que está a punto de estallar. Tembloroso llegó a leer sólo algunas frases sueltas antes que las lágrimas le impidieran continuar : “Por eso lo que amamos lo volvemos a perder”… “tarde como siempre nos llega la fortuna” …  “Quizás en otras vidas, quizás en otras muertes”…