18 abril, 2010

El comienzo

Aimé mantenía la vista fija en la carretera mientras maneja sin rumbo.
Conducía por una ruta del interior de la provincia, prácticamente desierta, a no ser por algún que otro auto que pasaba cada tanto.
Cuando alzó la vista, logró observar que un cúmulo de nubes negruzcas amenazaba con descargar en cualquier momento. Perezosas iban copando con deliberada lentitud aquel cielo crepuscular.
Su mente y su corazón ya se encontraban a cientos de años de distancia de aquel lugar cuando decidió que era momento de parar a un costado de la ruta.
Era su merecido descanso luego de horas de manejar, de varios años de lágrimas contenidas y de siglos de búsqueda.
Apagó el motor y encendió la radio. Acomodó el volumen hasta que sólo se pudo oír un leve murmullo. Mientras encendía un cigarrillo, esta dama de ojos taciturnos, situó su anatomía lo mejor que pudo en el asiento del acompañante.
Aimé miraba el poniente a través del parabrisas mientras sus pensamientos se hundían en aquellos ojos amorosos y sonrientes, tan propios, tan suyos y a la vez totalmente desconocidos; que noche tras noche la visitaban en sueños.
Como persona reservada y muchas veces solitaria que era, Aimé no era mujer de muchas palabras.
Antes de comenzar este viaje, se había decido a llevar consigo un diario personal para ir documentando el día a día. Era un intento de dejar una huella de su paso por este mundo loco y desamorado en el cual había nacido. Todavía no lo había estrenado, no estaba segura cómo comenzar y qué escribir.
Caían las primeras gotas cuando el sonido estrepitoso de los primeros truenos la sacaron de su ensoñación. Sacudió levemente su cabeza de un lado a otro como queriendo desterrar algún pensamiento erróneo o doloroso.
Fijó la vista en la guantera y de allí extrajo un pequeño libro marrón de tapas duras y raídas y un bolígrafo azul.
Lentamente comenzó a escribir:

No sé cómo comenzar, creo que lo mejor va a ser presentarme, por si alguien algún día te llega a encontrar sepa quién te escribió. Soy Aimé y a esta fecha llevo conmigo varios otoños, fríos y desiertos en mis espaldas. Pero hará cosa de unas semanas que una insipiente primavera tocó a mi puerta en forma de sueño. Ése sueño vestía los ropajes de unos ojos almendrados y amables. Desde aquella primera noche, ellos me visitan, me persiguen día tras día. Y la ardorosa e insistente mirada enamorada que ellos posan en mí, me turba hasta el punto de la tortura.
¡No lo soporto más! No soporto la idea de no saber si son reales o no. No soporto la idea de amar tan desesperadamente a algo tan intangible.
Pero hoy se acabó. Sí, ¡se acabó! Hoy comienza mi búsqueda, si son reales los he de encontrar, aunque en ello se me vaya la vida…

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