Carta I

Llueve… y ésta lluvia me vuelve particularmente melancólica. Afuera se escuchan las gotas desplomarse amargamente sobre toda superficie que encuentran en su descenso; el viento comienza a soplar de a breves instantes, suave y taciturno –como mi pena- impartiendo un sonido tan afable que da la sensación de que me convidase a contarle mi pesar.

No sé si es la lluvia o es el viento o simplemente la eterna languidez de mi alma  -o quizás es la aleación metamórfica de aquellos tres factores- quien trae tu recuerdo en esta noche tan lastimera, tan obscura… y  pienso (léase por esto: te pienso a ti constantemente, con un pensamiento insufrible. Y debería entenderse por esto también al ente abstracto que representa a tu persona, harto conocido para mí, devenido en idea parasitaria la más de la veces martirizante).

Y pienso en que estarás haciendo ahora… pienso en que tal vez al igual que yo te está costando dormir, quizá andarás revoloteando de un lado a otro de la casa buscando en que distraerte o a lo mejor alguna mujer –mucho más afortunada que yo, debo admitirlo- te está robando los pensamientos y el sueño. Y a pesar de aquella lacerante posibilidad, el simple hecho de pensar que en este preciso instante tu humanidad y la mía yacen bajo el mismo cielo me infringe una absurda emoción de cercanía e intimidad; y no puedo evitar  preguntarme si las noches serán tan vacías para ti como lo son para mí.

Todavía llueve fuera aunque ahora lo hace con menor intensidad, mientras aquí dentro, brotan de mis ojos –algo cansados y soñolientos ya- un mar de lágrimas que arremeten con mayor ímpetu de lo esperado, ¡es que hace tanto tiempo que no te veo! y el simple acto compulsivo de observar en detalle aquella inexpresiva y silenciosa foto tuya -que guardo con tanto afán- no evita esa molesta sensación de ausencia…

El reloj me está diciendo que ya es tarde y debería de dormir.

Afuera aún el cielo descarga su pena pero el viento decidió guardar silencio… al igual que yo en este instante de la madrugada.