09 octubre, 2011

Caminaba en la obscuridad . La bruma que despuntaba esa madrugada no le permitía ver más allá de sus pies. El ritmo agitado y poco armónico que llevaba la hacía respirar con cierta dificultad; se concentraba en mantener el paso pero la obscuridad que la rodea la hizo trastabillar y caer de bruces. Trató de incorporarse pero últimamente las fuerzas la habían abandonando.
Cuando despertó, yacía tendida en un suelo irregular, húmedo y musgoso. Los primeros haces de luz se filtraban a través de las hojas de los centenarios árboles que la rodeaban. Tanta claridad parecía herir sus párpados cansados; entrecerrando los ojos trató de divisar algún sitio familiar, algún minúsculo indicio que la ubicase en el vasto espacio que la rodeaba. Pero  fue en vano, nada halló.
Indecisa comenzó a deambular. Luego de unos minutos de caminata quedó frente a frente a una encrucijada. La ironía misma parecía materializarse en aquella ambivalencia , el sueño y la pesadilla; lo más deseado y lo más temido. Se sentía atrapada como el mismo felino de Schrödinger, incapaz de ser artífice de su destino esta vez, como si toda su existencia dependiera de la mirada de un desconocido, ausente pero imprescindible.
Se encontraba irremediablemente allí, absorta y detenida en el tiempo frente a aquella bifurcación. Dos ignotos universos se abrían ante sus ojos, dos senderos extrañamente familiares y anhelados. Ante su atónita e incrédula mirada el destino le depositaba a sus pies el vislumbre de lo que podría llegar a ser…
A su derecha el camino era escarpado y de difícil acceso . Una luz tenue a duras penas lograba iluminar aquel descortés sendero que aunque defectuoso a la vista de la mayoría para ella era dol4113568330_5685997a6borosamente irresistible. Ingenuamente sentía que lo entendía hasta en lo más profundo, parco y taciturno como su lúgubre alma de niña herida. Veía a aquel antiguo camino con un ardor inesperado como lacerante, tan urgente que le perturbaba el espíritu; sentía la irrefrenable necesidad de salir corriendo a su encuentro y besarle cada herida, cada marca que el paso de los años le había dejado. Tenía el misterio de lo desconcertante, la mezcla perfecta de madurez e inteligencia.
A su izquierda la perspectiva era muy distinta. Se trataba de senda amplia y luminosa. Su trayecto era suave y afable. Cada tramo de su recorrido visible destilaba lozanía y cordialidad. Era lo opuesto a aquel pequeño espíritu solitario y herido que había encarnado en ella. Eran como los polos de un imán. El magnetismo de aquel cálido camino la envolvía y la arrastraba inexorablemente. Silenciosa e íntimamente parecía leerle los pensamientos y amoldarse a ella. Era inevitable no enamorarse de la belleza que le ofrecía. Y trémula  sentía que en cierto modo aquel camino tan transitado la completaba y eso le daba pavor.
Acaso pedir piedad frente a aquella lastimera situación no era suficiente. Su alma agitada y temblorosa se hacía añicos frente a la indecisión. Ella sabía en los mas hondo de su corazón que no era capaz de elegir un sólo camino. El hacerlo significaba que una parte suya se cerraría y moriría junto al camino que dejase de lado. Era automutilación, una apoptosis que de seguro iba a dejar una huella permanente, insondable y amarga.
Era justamente en estos momentos que ella deseaba con todas sus fuerzas que Everett tuviese un poco de razón y que en verdad el universo esta vez conspirara a su favor…

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