01 julio, 2010

Todo es confuso, las sonrisas, las lágrimas, tu mirada siempre amable, las cortesías, el dolor, la tristeza, la distancia, la cercanía intangible de los abrazos fabricados, de los besos inventados, vos, principalmente vos… sí, es confuso y fácilmente confundible, como muchas de las cosas últimamente.

El no lograr atinar alguna palabra sensata, el no ser capaz de mirarte a los ojos, son síntomas inconfundibles. Lo sé, los reconozco pero finjo no darme cuenta de ello, elijo que sea de esa manera. Lo hace más fácil.

Espero… (Léase por esto: te espero a ti, o en su defecto a esa versión alternativa del fantasma que alguna vez fuiste).

Miro distraída el despliegue de paraguas y la tenue llovizna. A lo lejos logro verte. Venís con el paso lento y el pelo mojado. Te pasas la mano por la cara secándote las gotas de lluvia y seguís con el rostro inmutable. Yo contengo la respiración.

Comienzo a retorcerme inquieta sobre la silla… te miro nuevamente y esta vez me regalas una sonrisa amplia, tan dulce, tan amable e indescifrable como siempre y me cuesta refrenar esa descarga de adrenalina que me traslada el corazón hacia el estomago.

Entras y lentamente te vas acercando hacia la mesa. Respiro hondo como tratando de infundirme valor… y luego… luego lo de siempre, una sonrisa y el silencio.

Y nuevamente vuelvo a decirme: sí, la próxima… sí, quizás la próxima vez dejé de utilizar los artilugios de las palabras sutiles y refinadas, en suaves prosas metafóricas para tratar de explicarte lo que se resume en las dos únicas palabras que no me atrevo a decirte…


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