Había pasado mucho tiempo desde aquella tarde gris, la ruta, ella y su soledad. Aimé ya comenzaba a sentir la desazón de las ilusiones corroídas y el peso contundente de un sentimiento tan ajeno como propio.
Esta vez había aterrizado casi por casualidad en una ciudad grande y era algo así como un golpe de gracia del destino, que rayaba el sarcasmo premeditado de un pasado repetitivo que se negaba a abandonarla.Siempre rodeada de un sinnúmero de personas y sin embargo siempre sola.
Asomaba la tarde y ella estaba sentada en un banquito de un parada de micros como esperándolo, siempre a Él. Soñándolo despierta únicamente a Él.
La epifanía vino a ella como un furibundo recuerdo. Suspiró, secó una lágrima y enfundando un poco de coraje, partió a su morada de ocasión.
Mantenía abierto el destartalado librito marrón sobre una mesa. Y su mano amenazaba con dejar caer algunas líneas:
No olvidar de RECORDAR: del latín recordari, volver a pasar por el corazón.

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