28 agosto, 2010

Había pasado mucho tiempo desde aquella tarde gris, la ruta, ella y su soledad. Aimé ya comenzaba a sentir la desazón de las ilusiones corroídas y el peso contundente de un sentimiento tan ajeno como propio.

Esta vez había aterrizado casi por casualidad en una ciudad grande y era algo así como un golpe de gracia del destino, que rayaba el sarcasmo premeditado de un pasado repetitivo que se negaba a abandonarla.Siempre rodeada de un sinnúmero de personas y sin embargo siempre sola.

Asomaba la tarde y ella estaba sentada en un banquito de un parada de micros como esperándolo, siempre a Él. Soñándolo despierta únicamente a Él.

La epifanía vino a ella como un furibundo recuerdo. Suspiró, secó una lágrima y enfundando un poco de coraje, partió a su morada de ocasión.

Mantenía abierto el destartalado librito marrón sobre una mesa.  Y su mano amenazaba con dejar caer algunas líneas:

 No olvidar de RECORDAR: del latín recordari, volver a pasar por el corazón.


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